Don Gabriel tuvo la gentileza de
recibirnos en Colombia hace unos dieciocho años. Nos impresionaron su sencillez
y amabilidad, y nos llamó poderosamente la atención que tuviera en su estudio
una trituradora de papel, en la que murieron muchos de sus manuscritos sin
siquiera ver la luz.
Cuando le pregunté por qué la tenía, nos dijo que de cien cosas que escribía, apenas una valía la pena, y que prefería destruir sus textos si no eran realmente buenos. Esa ha sido la gran enseñanza del maestro: ofrecer siempre lo mejor de uno mismo, aunque para ello haya que intentarlo cien veces.
Cuando le pregunté por qué la tenía, nos dijo que de cien cosas que escribía, apenas una valía la pena, y que prefería destruir sus textos si no eran realmente buenos. Esa ha sido la gran enseñanza del maestro: ofrecer siempre lo mejor de uno mismo, aunque para ello haya que intentarlo cien veces.
Adiós a Gabriel García Márquez.
Fher.
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